Era una vez un bello huerto, con plantas de todas las especies.
Como todos los huertos, era muy fresco y agradable.
Daba gusto sentarse a la sombra de los árboles para contemplar el paisaje y escuchar el canto de los pájaros.
En él también crecían cebollas.
Cierto día, inesperadamente, comenzaron a nacer cebollas especiales.
Cada una pasó a tener un color, un brillo diferente.
Después de mucha investigación sobre la causa de aquel misterioso resplandor,
Se verificó que cada cebolla tenía, dentro de sí, una piedra preciosa.
Un topacio, una agua marina, una esmeralda, un rubí ...
El hecho pasó a incomodar y comenzaron a decir que aquello era peligroso, intolerable, vergonzoso.
Mortificadas, las bellas cebollas entonces pasaron a usar capas y más capas para esconder su piedra preciosa.
Y fueron quedando cada vez más obscuras y feas, para disimular como eran por dentro.
De esta forma, acabaron transformándose en cebollas totalmente vulgares.
Fue cuando por allí pasó un sabio que gustaba de sentarse a la sombra del huerto, y que entendía el lenguaje de las cebollas.
Extrañado por lo que pasaba con ellas, les preguntó porque no se mostraban como de verdad eran por dentro.
Ellas le contaron que se sintieron obligadas a usar las capas para no ser criticadas y hostigadas.
Y el sabio verificó que eran tantas las capas que las cebollas usaban que algunas ni recordaban cómo eran de verdad.
Esto entristeció al sabio, al punto de hacerlo llorar.
Cuando vieron al sabio llorar, pensaron que llorar delante de cebollas era cosa de sabios.
Es por eso que, todavía hoy, todos continúan llorando cuando una cebolla abre su corazón.
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